En 1609, los virreyes tuvieron que autorizar definitivamente el uso del caballo con silla, freno y espuelas a los mestizos, para las faenas de las grandes haciendas ganaderas.
En el siglo XVII, México ya contaba con una extensa red de caminos empedrados. Circulaban coches, gente a caballo y filas interminables de recuas de mulas, que al latigazo y silbido de los arrieros, acarreaban toda clase de mercancías. Anualmente, estas eran depositadas por la Nao de China en Acapulco, así como la producción de las minas, que eran protegidas por los guardias de cuerda, indios y mestizos jóvenes, fuertes, bien vestidos y armados.
La característica de lujo se asociaba al traje de charro, gracias a la herencia de los orfebres precolombinos manifestada en los adornos de plata que añadían a sus trajes y arreos.
La hacienda fue la unidad productora desarrollada en el siglo XVII, que caracterizó la vida económica de la Nueva España. Fue aquí donde los mestizos se convirtieron en expertos vaqueros y caporales, cuyas faenas rutinarias se veían alegradas en el campo por la diversidad de maniobras en las que imperaba la destreza y arrojo, que fueron tomando modalidades muy singulares, desde lazar, seguir toros, amansar y jinetear.